lunes, 21 de marzo de 2016

TODOS LOS MATICES DEL GRIS

Tengo la gran suerte de que los miles de amigos de mi página de Facebook son de una calidad extraordinaria: poseen un alto nivel de tolerancia, de inteligencia, de madurez. A menudo los hilos de sus conversaciones son fascinantes; en más de una ocasión, me han servido de base para algún artículo. Pero resulta que, incluso en ese colectivo tan especial, los días posteriores al atentado de París, que es cuando escribo esto (ya saben que este artículo tarda dos semanas en imprimirse), hubo unos cuantos comentarios chirriantes. No muchos, pero sorprendentes en una página habitualmente tan sosegada.
Me refiero a violentos exabruptos contra todos los musulmanes, insultos a los supuestos progres necios que según ellos serían los culpables de todo y, por supuesto, a la repetitiva cantinela de “nunca hemos visto a los árabes criticar estos atentados”.  Lo cierto es que tanto con Charlie Hebdo como ahora ha habido manifestaciones de musulmanes y condenas de imanes, pero, ya se sabe, sólo vemos aquello que estamos dispuestos a ver. Pero esto no fue todo; también hubo comentarios crispados desde el otro lado, es decir, ardientes partidarios de las teorías conspirativas que, en diversos grados de creciente paranoia, llegaban a decir que estos atentados los han cometido Israel y la CIA.
Como es natural, tengo el ánimo aterido desde el infierno de París. Bueno, a decir verdad ya me sentía acongojada desde mucho antes; desde los presos quemados vivos en las jaulas, desde los rehenes degollados, desde el avance brutal de estos monstruos arcaicos del terror y del sadismo que conforman el ISIS. Es una angustia que va creciendo poco a poco, como un huevo de serpiente anidado en la tripa; un día eclosionará y nos acabará devorando desde dentro. El 9 de noviembre supimos que estos bárbaros habían asesinado a 200 niños sirios. Tengo grabada la imagen de esa larga fila de pequeños tumbados boca abajo, críos de seis o siete años; y los yihadistas disparándolos. Cierto, hicimos mucho menos caso a esa matanza atroz que a las muertes de París. El ISIS lleva mucho tiempo masacrando a miles de musulmanes, y ni siquiera somos capaces de recordar las carnicerías más llamativas. París, en cambio, nos ha roto el corazón. Es lógico: nos sentimos directamente atacados. Nuestra reacción es comprensible y humana, aunque no deja de ser lamentable que seamos así, es decir, que tengamos tanta facilidad para desdeñar el horror que sufren los vecinos. Pero, en cualquier caso, conviene no olvidar que el ISIS ha asesinado a muchos más musulmanes que occidentales. Son los enemigos de todos, o deberían serlo. (…)
Creo que el reto que afrontamos hoy es el más lleno de recovecos y contradicciones que he visto en toda mi vida. Por un lado, el ISIS ocupa ya un territorio mayor que Reino Unido y desde luego no lo vamos a parar con velas de colores. Por otro, el propio Tony Blair admitió que la guerra de Irak fomentó el yihadismo. ¿Cómo usar la fuerza, que será necesaria? ¿Cómo conseguir que eso no se convierta en una catástrofe? ¿Cómo fomentar una política paralela que apoye el desarrollo del islam moderado? ¿Cómo reducir la corrupción y la injusticia de nuestra sociedad, que empujan a los jóvenes desorien­tados hacia la engañosa pureza épica de la guerra santa? ¿Y cómo defender mejor nuestra civilización occidental, hipócrita y miserable, pero, aun así, tan valiosa? “Si crees que entiendes la mecánica cuántica, es que no la entiendes”, dijo el físico y premio Nobel Richard Feynman. El mundo de hoy es como la mecánica cuántica; simplificarlo burdamente en uno u otro sentido, desde la furia ciega contra el islam a las conspiraciones del malvado Occidente, es encaminarnos al desastre. O conseguimos encontrar el camino entre todos los matices del gris o será un infierno.

11 -    Resumen. (1 punto)

Tras los atentados yihadistas de París han surgido comentarios intolerantes e irrespetuosos que, o bien culpan a todos los musulmanes de los actos terroristas o, en el extremo opuesto, atribuyen la responsabilidad a Israel y la CIA. La repercusión de los atentados del islamismo radical es enorme cuando se producen en Europa, aunque apenas se comenta nada de las masacres que el ISIS está provocando en países que nos resultan más lejanos a los occidentales. Resulta absurdo culpar a los musulmanes de los atentados pues la mayor parte de las víctimas del terrorismo yihadista son precisamente musulmanes. Las causas del yihadismo son tan complejas como la forma de solucionarlo. Es preciso no simplificar pues se trata de un problema con infinidad de matices, pero lo que está claro es que debemos afrontarlo entre todos.


22 -    Comentario Crítico (Tema, estructura, actitud e intencionalidad del autor, tipo de texto, valoración personal). (3 puntos)

El tema de este fragmento es la necesidad de encontrar una solución al complicado problema del terrorismo yihadista.

El texto se presenta externamente en cuatro párrafos en prosa, encabezados por el título “Todos los matices del gris” que se refiere a los múltiples matices entre el blanco y el negro que presenta el problema del islamismo radical, es decir que se trata de un problema que no se puede simplificar de ninguna manera.
En cuanto a la estructura interna, el texto podría dividirse en tres partes. La primera, que funciona como introducción, abarcaría los dos primeros párrafos. En ellos la autora se refiere a los comentarios extremistas e intolerantes que los atentados de París produjeron en las redes sociales. La segunda parte, el cuerpo de la argumentación, se corresponde con el segundo párrafo. En esta parte, la autora expone sus argumentos en torno a que es muy simplista acusar a los musulmanes del terrorismo yihadista, pues son precisamente ellos quienes más lo sufren, aunque en occidente no nos queramos enterar. Se observa que entre el párrafo tercero y el cuarto falta un fragmento, es posible que en el fragmento que falta se expusieran más argumentos en torno a la idea que defiende la autora. Finalmente, el cuarto párrafo funciona como conclusión: las preguntas  retóricas sobre cómo enfocar el problema, que no tiene respuesta, preceden a la tesis de la autora, que se expresa al final del texto (“O conseguimos encontrar el camino entre todos los matices del gris o será un infierno”.) y que se refiere a la necesidad de encontrar entre todos la forma de solucionar este problema, que es muy complicado y que no se puede simplificar con posiciones extremistas. La autora repite aquí la expresión utilizada en el título “Todos los matices del gris” para insistir en que para encontrar una solución será necesario tener en cuenta todos los matices del problema.
Puesto que la tesis se encuentra al final, como conclusión de la argumentación, decimos que el texto presenta una estructura de tipo inductivo.

La actitud de la autora del texto, Rosa Montero, es subjetiva, crítica e indignada ante las posturas extremistas e intolerantes que simplifican el problema. Por otra parte se muestra muy afectada e impactada por la crueldad del terrorismo yihadista, no solo en Europa, sino también en países como Siria, como se puede apreciar cuando cita el horrible caso de los doscientos niños asesinados por el ISIS. A pesar de que estos terribles actos le parecen de una enorme crueldad trata de mostrarse racional y reflexiva pues considera que la solución tiene que ser pensada y meditada entre todos los países, sin dejarse llevar por impulsos que pueden resultar racistas o intolerantes y que pueden enfrentarnos entre nosotros en lugar de unirnos frente al mal común.
La intencionalidad de Rosa Montero con este artículo es hacernos ver que necesitamos buscar una solución tolerante que respete a las dos culturas que hoy en día se ven enfrentadas por diferencias sociales, para que este tipo de sucesos no sigan ocurriendo. Y sobre todo, intenta que aprendamos a que porque unas personas utilicen una religión para atentar contra las vidas de inocentes, no todos los pertenecientes a esa religión son iguales que esos terroristas que se escudan en la religión para realizar esos hechos atroces.
Respecto al tipo de texto, en cuanto a su modo de discurso, se trata de un texto no literario, debido a que la autora habla de la realidad, sobre un tema actual como lo es el yihadismo y la falta de tolerancia y respeto de la gente hacia las personas pertenecientes a la religión musulmana, sin utilizar la función poética del lenguaje. Es un texto periodístico de opinión puesto que es un artículo del periódico El País, escrito por Rosa Montero en la fecha de 6 de Diciembre del 2015.
Según su modo de elocución, es un texto expositivo-argumentativo. Es argumentativo porque la autora defiende su propia opinión respecto a la forma de afrontar el terrorismo yihadista, y defiende esta opinión aportando argumentos, en forma de ejemplos de atentados islamistas contra los propios musulmanes, de forma que trata de hacer ver que no se puede culpar a todos los musulmanes de lo que hacen un grupo de fanáticos. El modo de elocución argumentativo se manifiesta en el uso de la primera persona (tanto del singular como del plural) y de la presencia de adjetivos valorativos (“chirriantes” ) y de léxico conntativo (“exabruptos” burdamente”) para referirse a as actitudes intolerantes que está condenando.
 Sin embargo, el modo de elocución expositivo se manifiesta también, pues la argumentación se basa en hechos y no en opiniones personales, tratando de convencer con argumentos objetivos (ejemplos de las atrocidades contra musulmanes en Siria). Aparecen además recursos propios de los textos expositivos, como son los relacionados con la función referencial: predomino de oraciones enunciativas y de los verbos en modo indicativo.
Valoración personal
En mi opinión, Rosa Montero ha enfocado el tema de forma muy acertada, sin dejarse llevar por las emociones ante lo terrible de los atentados, sino tratando de aportar un punto de vista sereno y racional para descalificar las posturas extremistas que pueden llevar a la islamofobia o a enfrentarnos desde posiciones ideológicas cuando más unidos deberíamos estar.
El lenguaje que utiliza es sencillo y correcto, en todo caso respetuoso con todas las idelogías. No incluye elementos literarios, aunque el adjetivo “aterido” para referirse a su estado de ánimo ante lo horrible de los atentados me ha resultado llamativo, por lo expresiva que resulta la metáfora, que identifica el ánimo, que no tiene materia, con el cuerpo, que se puede congelar de frío, en este caso para expresar que se quedó paralizada, sin poder reaccionar, muy impactada.
Desde mi punto de vista, la autora tiene razón; muchas personas juzgan a todos los pertenecientes a la religión musulmana como terroristas cuando no es así, y esta visión de esa cultura se está viendo afectada por los miembros del ISIS que no solo atentan con la vida de personas inocentes, sino que favorecen a que se piense que todos los musulmanes son como ellos, básicamente por el hecho de que cometen esas masacres escudándose en una religión.
También estoy de acuerdo en que  nos afecta más los atentados de París que los ocurridos en oriente, cuando no debería de ser así, pero simplemente por el hecho de ser nuestro país vecino nos podemos sentir más “indefensos” y nos da cabida a pensar que podríamos ser los siguientes, sin pensar que miles de personas han tenido que sufrir eso y mucho más todos los días hasta que han decidido salir de su país y dejarlo todo como es el caso de “Los Refugiados”.
Para concluir, el ultimo subtema del que habla es de buscar una solución a este problema entre dos culturas, la de Europa occidental y la musulmana u oriental, que se ven enfrentadas por ciertas diferencias que nadie se atreve a solventar o simplemente no se ha encontrado ninguna que favorezca a las dos partes, sino a una de ellas dando igual la otra. Por ello creo que tiene razón y que se debería de poner un remedio y encontrar una manera correcta, respetuosa y tolerante para que estas dos culturas puedan convivir sin problemas como el racismo, y de ahí es de donde viene el título de este artículo, que hay que “encontrar ese camino entre todos los matices del gris”.

3 - ANÁLISIS SINTÁCTICO GLOBAL (1,5)

 “Creo que el reto que afrontamos hoy es el más lleno de recovecos y contradicciones que he visto en toda mi vida”.
P1à Creo. Oración principal.
            *P2à Que el reto es el más lleno de recovecos y contradicciones. Subordinada Sustantiva C. Directo.
                        P3  que afrontamos hoy
P4à que he visto en mi vida. 

Estamos ante un enunciado oracional formado por cuatro proposiciones. La oración principal es P1 y su núcleo verbal es “creo”. P2 es una subordinada sustantiva con función de complemento directo de P1, su núcleo verbal es “es” y va precedida del nexo “que”. P2 tiene dos subordinadas, P3 y P4.
P3 es una subordinada adjetiva que actúa como complemento del nombre, de su antecedente, “el reto”, su núcleo verbal es “afrontamos” y va introducida por el pronombre relativo “que” el cual realiza la función de complemento directo de su propia proposición.
P4 es una subordinada adverbial comparativa la cual tiene como núcleo verbal “he visto” y va introducida por la conjunción “que” ,precedida del adverbio “más” que funciona como partícula correlativa del nexo en su proposición principal (P2).

4 - Explica el significado conceptual de las siguientes palabras y expresiones:

Chirriantes: Adjetivo referido a algo que produce un ruido desagradable y agudo. En ese contexto se refiere a que los comentarios irrespetuosos publicados en una red social culpando e insultado a los musulmanes tras los atentados de París, le resultan a l autora tan desagradables como ese tipo de sonidos.

Exabruptos: Sustantivo. Dicho o acción manifestada de forma brusca o con enfado y de forma repentina. Con respecto al contexto de este artículo, se refiere a los insultos violentos que recibieron los musulmanes tras los atentados de París.

Aterido: Adjetivo. Helado, pasmado o yerto por el frio. En el texto la autora en sentido metafórico,  refiriéndose a su estado anímico tras los terribles atentados de París.

Burdamente: Adverbio. Se dice de algo que se hace de forma burda, es decir, tosca, basta o grosera. La autora se refiere a la grosera simplificación que hace con respecto a la opinión que tienen los pertenecientes a la Europa occidental de los orientales y viceversa.

Todos los matices del gris: El gris, en sentido metafórico, sería un camino intermedio entre e blanco y el negro, es decir, entre posturas extremas e irreconciliables. Con esta expresión, la autora se refiere a que el problema del yihadismo en tan complejo que no se puede simplificar y que la solución debe tener en cuenta todo los matices de los posibles puntos de vista.

5 - Comentar los mecanismos de cohesión semántica de los dos primeros párrafos

Se entiende por cohesión de un texto la manifestación explicita y lingüística de su coherencia interna, mientras que la coherencia afecta a la estructura profunda de un texto, la cohesión se refiere a la estructura superficial. Para que un texto este cohesionado sus partes deben de estar conectadas entre sí a través de los mecanismos lingüísticos. Los mecanismos semánticos de cohesión manifiestan la relación del léxico utilizado por el autor en torno al tema central del texto. 

Los mecanismos semánticos de cohesión se basan en la repetición del significado o significante de las palabras que forman el texto. De esta forma, hablamos de recurrencia léxica cuando lo que se repite es una misma palabra o lexema, y de recurrencia semántica cuando se repiten las ideas o significados a los que las palabras se refieren. Existen tres tipos de recurrencias: repetición, sustitución y relaciones léxico-semánticas.

En el fragmento a comentar, el tema es la falta de tolerancia y respeto de la sociedad occidental hacia las personas pertenecientes a la religión musulmana. Así pues nos centraremos en comentar cómo las palabras que se relacionan con esta idea contribuyen a la cohesión del texto.

Dentro de los mecanismos de repetición tenemos la repetición léxica, que consiste en la reiteración de una o más palabras en sucesivos enunciados. La repetición léxica contribuye a la cohesión insistiendo en aquellas palabras clave dentro del texto, por referirse al tema central. En el fragmento a comentar, las palabras que se repiten son: página (2), comentario (2), artículo (2), musulmanes (2). Estas repeticiones se refieren por tanto a los comentarios sobre los musulmanes aparecidos en los medios de comunicación.

Un procedimiento contrario al de la repetición es el de la sustitución de las palabras clave del texto por otras semánticamente afines. La sustitución como mecanismo de cohesión se utilizan para evitar excesivas repeticiones de palabras, lo que podría suponer cierta pobreza léxica por parte del autor. Así, mediante la sustitución se repiten lo significados clave pero evitando repetir la misma palabra. En  nuestro texto fragmento encontramos los siguientes mecanismos de sustitución:
·         Sinonimia conceptual: Son palabras con el mismo o parecido significado en todos los contextos:
o   “Exbruptos” – “insultos”
·         Sinonimia correferencial o contextual. Son sinónimos correferenciales aquellos términos que no son sinónimos en todos los contextos, pero que en un contexto dado sí se refieren a lo mismo.
o   “Conversaciones” – “comentarios” (en el contexto se refiere a comentarios en las redes sociales, que se realizan en forma de conversaciones, pues se responden unos a otros.

·         Sustitución por hiperónimos. Un hiperónimo es un término más genérico que incluye semánticamente a otro. En ocasiones se utiliza el término genérico (hiperónimo) para evitar repetir una palabra. En el texto hemos encontrado los siguientes:
o   “colectivo” es un hiperónimo que sustituye en el texto a “amigos de mi página de Facebook”
o   “musulmanes” es el hiperónimo que se utiliza para no repetir “árabes” (todos los árabes son musulmanes, aunque no todos los musulmanes sean árabes)
o   “Manifestaciones” – “condenas”, puesto que una “condena” en el sentido utilizado en el texto es un tipo de “manifestación” pública, en este caso de repulsa a los atentados..
·         Sustitución por términos figurados. Sustituir una palabra por otra usada en sentido figurado metafórico:
o   “Chirriante” – “crispado”. El término “chirriante” está usado en sentido figurado, pues el tono crispado u ofensivo le molesta a la autora como un sonido desagradable.

Los mecanismos de relación consisten en utilizar palabras relacionadas por su significado y que insisten también en las ideas clave del texto. Las relaciones semánticas pueden ser las siguientes:
·         Antonimia. Palabas de significados contrarios, que pueden resaltar una idea que se quiere destacar, mediante el contraste.
o   “Sosegado” / “violento” refiriéndose al contraste del tono de los comentarios en las redes sociales antes y después de los atentados.
·         Campo semántico: Palabras de la misma categoría gramatical que se relacionan por su significado.
o   Campo semántico del Islam: Musulmanes / árabes / imanes
o   Campo semántico de cualidades morales positivas: tolerancia / inteligencia / madurez
·         Campo conceptual: Palabras que pueden ser de categorías gramaticales distintas, incluso de campos semánticos diferentes, pero que en un contexto dado establecen realciones de significado:
o   Campo conceptual del periodismo: artículo, escribir, imprimirse
·         Familia léxica: Palabras que comparten la misma raíz y son por tanto derivadas de otra. En los fragmentos a comentar no encontramos ningún ejemplo.


En conclusión podemos observar que os mecanismos de repetición, sustitución y relación se establecen en torno a la idea central de comentarios periodísticos sobre los musulmanes. El texto no presenta excesivas repeticiones, lo que denota la a autora está cuidando su estilo y prefiere utilizar términos equivalentes a repetir la misma palabra.

6 - VALOR ESTILISTICO DE LOS VERBOS DEL ÚLTIMO PÁRRAFO:

En el último párrafo encontramos las siguientes formas verbales:

-MODO INDICATIVO:
* PRESENTE: Creo (1ªps), afrontamos (1ªpp), es (3ªps), ocupa (3ªps), Empujan (1ªpp), crees (2ªps), entiendes (2ªps). Vamos (1ªpp). Conseguimos  (1ªpp) .
* PRETERITO PERFECTO SIMPLE: Admitió (3ªps), fomentó (3ªps), dijo (3ªps).
* FUTURO: Será (3ªps).
* PRETERITO PERFECTO COMPUESTO: He visto (1ªps).

-MODO SUBJUNTIVO:

* PRESENTE: Se convierta (3ªps), apoye (3ªps).

-FF NO PERSONALES:
* INFINITIVO: Usar, conseguir, fomentar, defender, simplificar(lo), encaminar(nos).
En el texto predominan las formas del modo indicativo, este se usa para expresar acciones o hechos que el hablante entiende como reales y se relaciona por tanto con la objetividad y con la función referencial.

Dentro del modo indicativo predomina el tiempo del presente debido a que la autora se refiere a la actualidad, en concreto a las reacciones a los recientes atentados de Paris. El presente de indicativo se refiere al momento del habla, sin embargo, al tener aspecto imperfectivo (de acción no terminada) tiene límites temporales imprecisos y admite por tanto distintos valores, tanto en uso recto de presente como en unos desplazados de futuro, pasado o imperativo.

·         Presente durativo. Se diferencia del presente actual en que la acción se produce no solo en el momento puntual de la comunicación, sino que se prolonga en un tiempo presente más amplio: que viene del pasado y llega hasta un futuro próximo e indeterminado). Con este valor encontramos la gran mayoría de los presentes de indicativo del texto ( “creo”, “es”, “ocupa”, “crees”, “entiendes” , y “afrontamos”

·          También encontramos el presente con un valor  habitual “empujan” pues el hecho al que se refiere se produce ahora y en muchas otras ocasiones, en este caso el hecho de que muchos jóvenes se alisten e las filas yihadistas movidos por situaciones de injusticia social.

·         Por último, encontramos dos presentes en un uso desplazado con valor de futuro “conseguimos (encontrar)” y “vamos a parar”, estos dos casos los utiliza Rosa Montero para referirse al futuro, en cuanto al hecho de la necesidad de encontrar una solución o atenderse a unas consecuencias nefastas.

El futuro imperfecto de indicativo “será” el cual expresa una acción que se realizara en un tiempo futuro sin referirse al final. Se utiliza cuando el cumplimiento del hecho al que se refiere se da por seguro, pues expresa certeza. En este caso, la autora lo utiliza para asegurar la catástrofe a la que nos enfrentamos si no se soluciona el problema yihadista.

Encontramos tres formas en el pretérito perfecto simple, los cuales expresan acciones que han sucedido en el pasado con aspecto perfectivo, es decir que se entienden como ya terminados ( “admitió”, “dijo”). Este tiempo es el  más habitual en las narración de hechos que ya han sucedido. En este caso para referirse a declaraciones de Tony Blair o del físico que se cita; ambos son verbos de habla (dicendi).

El pretérito perfecto compuesto de indicativo expresa también acciones pasadas y terminadas, pero que se prolongan hasta el presente o que el hablante entiende como cercanas en el tiempo. La forma “he visto” se refiere a toda la vida de la autora, incluyendo también el momento presente.

En cuanto al modo subjuntivo.

También podemos encontrar el modo subjuntivo relacionados con la subjetividad, es decir para referirse a acciones que el hablante entiende como dudosas o deseables y que se relaciona con la función emotiva o expresiva del lenguaje.

Hay dos únicas formas en el modo subjuntivo y ambas están en el presente “se convierta” y “apoye”, las formas en el presente del subjuntivo expresan deseos o dudas ya que el hablante no tiene mucha seguridad de lo que podrá pasar, ya que normalmente el presente del subjuntivo se utiliza para acciones o hechos que no han sucedido todavía y que no hay mucha seguridad de que ocurran. En este caso la autora del artículo se pregunta si en un futuro se podrá encontrar una solución a los problemas que hay en la sociedad actual y como no está muy segura de ello, utiliza el modo subjuntivo.

Por último podemos encontrar seis formas no personales, todas ellas en infinitivo. El infinitivo no muestra desinencias de persona, tiempo ni modo, pero sí expresa aspecto imperfectivo, es decir de acción no terminada considerda en su desarrollo, con un valor progresivo: “usar”, “conseguir”, “fomentar”, “defender”, “simplificar(lo)”, “encaminar(nos)”; todas ellas se utilizan en las preguntas retóricas que se refieren a acciones que deberían acometerse para solucionar la problemática del terrorismo global.

La persona verbal utilizada mayoritariamente es la 3ª del singular y plural y construcciones impersonales, relacionadas con la función referencial del lenguaje. Sin embargo se encuentra una 1ª persona del singular (“he visto”) con lo que la autora se refiere a su propia experiencia y la primera persona del plural (“conseguimos”, “vamos”) mediante las que la autora se refiere a sí misma y a los lectores, y que nos implica a todos en el problema del terrorismo. Hay que señar las 2ª persona del singular (“crees”, “entiendes”) utilizadas dentro de la cita del Premio Nobel ´de física y que tienen en realidad un sentido impersonal (cualquier persona que cree que entiende la física en realidad no la entiende), que tiene un unos coloquial y que implica directamente al lector.

En cuanto al significado de los verbos, además de los verbos de habla (“dijo” “admitió) que ya mencionamos, encontramos también verbos de opinión y pensamiento “creer” “entender” y algunos de acción relacionados con la forma de solucionar el problema “afrontar” “conseguir”.

En conclusión, según el análisis que hemos realizado, podemos afirmar que predomina en el uso de los verbos los rasgos propios de la función referencial (predominio del modo indicativo y de la tercera persona) que se relaciona con los textos expositivos y también rasgos de la función expresiva y conativa propia de los textos argumentativos (uso de la primera y la segunda persona y construcciones interrogativas con verbos en infinitivo, verbos de opinión), lo que sería propio de los textos de modalidad expositivo-argumentativa como el que nos ha ocupado.


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lunes, 7 de marzo de 2016

GRAN ÉXITO DE NUESTRO "PERRO DEL HORTELANO"

Estrenamos en La Vidriera y repetimos actuación en la Sala Bretón de Astillero con gran éxito de crítica y público. La próxima actuación será en el IES Besaya de Torrelavega, el 22 de marzo.
Ahí va una foto del grupo completo y el programa de mano, con el diseño del cartel, de Luis Acebo, alumno de 2º Bachillerato Cientírfico y Tecnológico.





miércoles, 2 de marzo de 2016

FRAGMENTOS DEL "RÉQUIEM"

(PACO, DE NIÑO: ESPÍRITU REBELDE. ANTICIPACIONES Y PARALELISMOS)

Era ya por entonces una especie de monaguillo auxiliar o suplente. Entre los tesoros de los chicos de la aldea había un viejo revólver con el que especulaban de tal modo, que nunca estaba más de una semana en las mismas manos. Cuando por alguna razón -por haberlo ganado en juegos o cambalaches- lo tenía Paco, no se separaba de él, y mientras ayudaba a misa lo llevaba en el cinto bajo el roquete. Una vez, al cambiar el misal y hacer la genuflexión, resbaló el arma, y cayó en la tarima con un ruido enorme. Un momento quedó allí, y los dos monaguillos se abalanzaron sobre ella. Paco empujó al otro, y tomó su revólver. Se remangó la sotana, se lo guardó en la cintura, y respondió al sacerdote: -Et cum spiritu tuo. Terminó la misa, y mosén Millán llamó a capítulo a. Paco, le riñó y le pidió el revólver. Entonces ya Paco lo había escondido detrás del altar. Mosén Millán registró al chico, y no le encontró nada. Paco se limitaba a negar, y no le habrían sacado de sus negativas todos los verdugos de la antigua Inquisición. Al final, mosén Millán se dio por vencido, pero le preguntó: -¿Para qué quieres ese revólver, Paco? ¿A quién quieres matar? -A nadie. Añadió que lo llevaba para evitar que lo usaran otros chicos peores que él. Este subterfugio asombró al cura. Mosén Millán se interesaba por Paco pensando que sus padres eran poco religiosos. Creía el sacerdote que atrayendo al hijo, atraería tal vez al resto de la familia. Tenía Paco siete años cuando llegó el obispo, y confirmó a los chicos de la aldea. La figura del prelado, que era un anciano de cabello blanco y alta estatura, impresionó a Paco. Con su mitra, su capa pluvial y el báculo dorado, daba al niño la idea aproximada de lo que debía de ser Dios en los cielos. Después de la confirmación habló el obispo con Paco en la sacristía. El obispo le llamaba galopín. Nunca había oído Paco aquella palabra. El diálogo fue así:
-¿Quién es este galopín?
-Paco, para servir a Dios y a su ilustrísima. -El chico había sido aleccionado. El obispo, muy afable, seguía preguntándole:
-¿Qué quieres ser tú en la vida? ¿Cura?
-No, señor.
 -¿General?
-No, señor, tampoco. Quiero ser labrador, como mi padre.
El obispo reía. Viendo Paco que tenía éxito, siguió hablando: -Y tener tres pares de mulas, y salir con ellas por la calle mayor diciendo: ¡Tordillaaa Capitanaaa, oxiqué me ca...! Mosén Millán se asustó, y le hizo con la mano un gesto indicando que debía callarse. El obispo reía. Aprovechando la emoción de aquella visita del obispo, mosén Millán comenzó a preparar a Paco y a otros mozalbetes para la primera comunión, y al mismo tiempo decidió que era mejor hacerse cómplice de las pequeñas picardías de los muchachos que censor. Sabía que Paco tenía el revólver, y no había vuelto a hablarle de él.



MOSÉN MILLÁN y PACO. DESPERTAR DE LA CONCIENCIA SOCIAL DE PACO: EL EPISODIO DE LAS CUEVAS
Un día, mosén Millán pidió al monaguillo que le acompañara a llevar la extremaunción a un enfermo grave. Fueron a las afueras del pueblo, donde ya no había casas, y la gente vivía en unas cuevas abiertas en la roca. Se entraba en ellas por un agujero rectangular que tenía alrededor una cenefa encalada.
Paco llevaba colgada del hombro una bolsa de terciopelo donde el cura había puesto los objetos litúrgicos. Entraron bajando la cabeza y pisando con cuidado. Había dentro dos cuartos con el suelo de losas de piedra mal ajustadas. Estaba ya oscureciendo, y en el cuarto primero no había luz. En el segundo se veía sólo una lamparilla de aceite. Una anciana, vestida de harapos, los recibió con un cabo de vela encendido.
El techo de roca era muy bajo, y aunque se podía estar de pie, el sacerdote bajaba la cabeza por precaución.
No había otra ventilación que la de la puerta exterior. La anciana tenía los ojos secos y una expresión de fatiga y de espanto frío.
En un rincón había un camastro de tablas, y en él estaba el enfermo. El cura no dijo nada, la mujer tampoco. Sólo se oía un ronquido regular, bronco y persistente, que salía del -pecho del enfermo. Paco abrió la bolsa, y el sacerdote, después de ponerse la estola, fue sacando trocitos de estopa y una pequeña vasija con aceite, y comenzó a rezar en latín. La anciana escuchaba con la vista en el suelo y el cabo de vela en la mano. La silueta del enfermo -que tenía el pechó muy levantado y la cabeza muy baja- se proyectaba en el muro, y el más pequeño movimiento del cirio hacía moverse la sombra.
Descubrió el sacerdote los pies del enfermo. Eran grandes, secos, resquebrajados. Pies de labrador. Después fue a la cabecera. Se veía que el agonizante ponía toda la energía que le quedaba en aquella horrible tarea de respirar. Los estertores eran más broncos y más frecuentes. Paco veía dos o tres moscas que revoloteaban sobre la cara del enfermo, y que a la luz tenían reflejos de metal. Mosén Millán hizo las unciones en los ojos, en la nariz, en los pies. El enfermo no se daba cuenta. Cuando terminó el sacerdote, dijo a la mujer:
-Dios lo acoja en su seno.
La anciana callaba. Le temblaba a veces la barba, y en aquel temblor se percibía el hueso de la mandíbula debajo de la piel. Paco seguía mirando alrededor. No había luz, ni agua, ni fuego. Mosén Millán tenía prisa por salir, pero lo disimulaba porque aquella prisa le parecía poco cristiana.
Cuando salieron, la mujer los acompañó hasta la puerta con el cirio encendido. No se veían por allí más muebles que una silla desnivelada apoyada contra el muro. En el cuarto exterior, en un rincón y en el suelo había tres piedras ahumadas y un poco de ceniza fría. En una estaca clavada en el muro, una chaqueta vieja. El sacerdote parecía ir a decir algo, pero se calló. Salieron.
Era ya de noche, y en lo alto se veían las estrellas. Paco preguntó:
-¿Esa gente es pobre, mosén Millán?
-Sí, hijo.
-¿Muy pobre?
-Mucho.
-¿La más pobre del pueblo?
-Quién sabe, pero hay cosas peores que la pobreza. Son desgraciados por otras razones.
El monaguillo veía que el sacerdote contestaba con desgana.
-¿Por qué? -preguntó.
-Tienen un hijo que podría ayudarles, pero he oído decir que está en la cárcel.
-¿Ha matado a alguno?
-Yo no sé, pero no me extrañaría.
Paco no podía estar callado. Caminaba a oscuras por terreno desigual. Recordando al enfermo el monaguillo dijo:
-Se está muriendo porque no puede respirar. Y ahora nos vamos, y se queda allí solo.
Caminaban. Mosén Millán parecía muy fatigado. Paco añadió-
-Bueno, con su mujer. Menos mal.
Hasta las primeras casas había un buen trecho. Mosén Millán dijo al chico que su compasión era virtuosa y que tenía buen corazón. El chico preguntó aún si no iba nadie a verlos porque eran pobres o porque tenían un hijo en la cárcel y mosén Millán queriendo cortar el diálogo aseguró que de un momento a otro el agonizante moriría y subiría al cielo donde sería feliz. El chico miró las estrellas.
-Su hijo no debe ser muy malo, padre Millán.
-¿Por qué?
-Si fuera malo, sus padres tendrían dinero. Robaría.
El cura no quiso responder. Y seguían andando.
Paco se sentía feliz yendo con el cura.
Ser su amigo le daba autoridad aunque no podría decir en qué forma. Siguieron andando sin volver a hablar, pero al llegar a la iglesia Paco repitió una vez más:
-¿Por qué no va a verlo nadie, mosén Millán?

-¿Qué importa eso, Paco? El que se muere, rico o pobre, siempre está solo aunque vayan los demás a verlo. La vida es así y Dios que la ha hecho sabe por qué.
Paco recordaba que el enfermo no decía nada. La mujer tampoco. Además el enfermo tenía los pies de madera como los de los crucifijos rotos y abandonados en el desván.
El sacerdote guardaba la bolsa de los óleos. Paco dijo que iba a avisar a los .vecinos para que fueran a ver al enfermo y ayudar a su mujer. Iría de parte de mosén Millán y así nadie se negaría. El cura le advirtió que lo mejor que podía hacer era ir a su casa. «Cuando Dios permite la pobreza y el dolor -dijo- es por algo.»
-¿Qué puedes hacer tú? -añadió-. Esas cuevas que has visto son miserables pero las hay peores en otros pueblos.
Medio convencido, Paco se fue a su casa, pero durante la cena habló dos o tres veces más del agonizante y dijo que en su choza no tenían ni siquiera un poco de leña para hacer fuego. Los padres callaban.
La madre iba y venía. Paco decía que el pobre hombre que se moría no tenía siquiera un colchón porque estaba acostado sobre tablas. El padre dejó de cortar pan y lo miró.
-Es la última vez -dijo- que vas con mosén Millán a dar la unción a nadie.
Todavía el chico habló de que el enfermo tenía un hijo presidiario, pero que no era culpa del padre.
-Ni del hijo tampoco.
Paco estuvo esperando que el padre dijera algo más, pero se puso a hablar de otras cosas.
Como en todas las aldeas, había un lugar en las afueras que los campesinos llamaban el carasol, en la base de una cortina de rocas que daban al mediodía. Era caliente en invierno y fresco en verano. Allí iban las mujeres más pobres -generalmente ya viejas- y cosían, hilaban, charlaban de lo que sucedía en el mundo.
Durante el invierno aquel lugar estaba siempre concurrido. Alguna vieja peinaba a su nieta. La Jerónima, en el carasol, estaba siempre alegre, y su alegría contagiaba a las otras. A veces, sin más ni más, y cuando el carasol estaba aburrido, se ponía ella a bailar sola, siguiendo el compás de las campanas de la iglesia.
Fue ella quien llevó la noticia de la piedad de Paco por la familia agonizante, y habló de la resistencia de mosén Millán a darles ayuda -esto muy exagerado para hacer efecto- y de la prohibición del padre del chico. Según ella, el padre había dicho a mosén Millán:
-¿Quién es usted para llevarse al chico a dar la unción?
Era mentira, pero en el carasol creían todo lo que la Jerónima decía. Ésta hablaba con respeto de mucha gente, pero no de las familias de don Valeriano y de don Gumersindo.
Veintitrés años después, mosén Millán recordaba aquellos hechos, y suspiraba bajo sus ropas talares, esperando con la cabeza apoyada en el muro -en el lugar de la mancha oscura- el momento de comenzar la misa. Pensaba que aquella visita de Paco a la cueva influyó mucho en todo lo que había de sucederle después. «Y vino conmigo. Yo lo llevé», añadía un poco perplejo. El monaguillo entraba en la sacristía y decía:
-Aún no ha venido nadie, mosén Millán.



PACO: CAMPESINO ESPAÑOL Y REBELDE (EL NOVIAZGO, EN ENFRENTAMIENTO CON OS GUARDIAS)
Lo mejor de la novia de Paco, según los aldeanos, era su diligencia y laboriosidad. Por dos años antes de ser novios, Paco había pasado día tras día al ir al campo frente a la casa de la chica. Aunque era la primera hora del alba, las ropas de cama estaban ya colgadas en las ventanas, y la calle no sólo barrida y limpia, sino regada y fresca en verano. A veces veía también Paco a la muchacha. La saludaba al pasar, y ella respondía. A lo largo de dos años el saludo fue haciéndose un poco más expresivo. Luego cambiaron palabras sobre cosas del campo. En febrero, por ejemplo, ella preguntaba:
-¿Has visto ya las cotovías?
-No, pero no tardarán -respondía Paco- porque ya comienza a florecer la aliaga.
Algún día, con el temor de no hallarla en la puerta o en la ventana antes de llegar, se hacía Paco presente dando voces a las mulas y, si aquello no bastaba, cantando. Hacia la mitad del segundo año, ella -que se llamaba Águeda- lo miraba ya de frente, y le sonreía. Cuando había baile iba con su madre y sólo bailaba con Paco.
Más tarde hubo un incidente bastante sonado. Una noche el alcalde prohibió rondar al saber que había tres rondallas diferentes y rivales, y que podrían producirse violencias. A pesar de la prohibición salió Paco con los suyos, y la pareja de la guardia civil disolvió la ronda, y lo detuvo a él. Lo llevaban a dormir a la cárcel, pero Paco echó mano a los fusiles de los guardias y se los quitó. La verdad era que los guardias no podían esperar de Paco -amigo de ellos- una salida así. Paco se fue con los dos rifles a casa. Al día siguiente todo el pueblo sabía lo ocurrido, y mosén Millán fue a ver al mozo, y le dijo que el hecho era grave, y no sólo para él, sino para todo el vecindario.
-¿Por qué? -preguntaba Paco.
Recordaba mosén Millán que había habido un caso parecido en otro pueblo, y que el Gobierno condenó al municipio a estar sin guardia civil durante diez años.
-¿Te das cuenta? -le decía el cura, asustado.
-A mí no me importa estar sin guardia civil.
-No seas badulaque.
-Digo la verdad, mosén Millán.
-¿Pero tú crees que sin guardia civil se podría sujetar a la gente? Hay mucha maldad en el mundo.
-No lo creo.
-¿Y la gente de las cuevas?
-En lugar de traer guardia civil, se podían quitar las cuevas, mosén Millán.
-Iluso. Eres un iluso.
Entre bromas y veras el alcalde recuperó los fusiles y echó tierra al asunto. Aquel incidente dio a Paco cierta fama de mozo atrevido. A Águeda le gustaba, pero le daba una inseguridad temerosa.
Por fin, Águeda y Paco se dieron palabra de matrimonio. La novia tenía más nervio que su suegra, y aunque se mostraba humilde y respetuosa, no se entendían bien. Solía decir la madre de Paco:
-Agua mansa. Ten cuidado, hijo, que es agua mansa.
Pero Paco lo echaba a broma. Celos de madre. Como todos los novios, rondó la calle por la noche, y la víspera de San Juan llenó de flores y ramos verdes las ventanas, la puerta, el tejado y hasta la chimenea de la casa de la novia.
La boda fue como todos esperaban. Gran comida, música y baile.
ESTILO DE LA OBRA y PERSONAJES SECUNDARIOS (LA BODA DE PACO)
La rondalla siguió con la energía con que suelen tocar los campesinos de manos rudas y corazón caliente. Cuando creyeron que habían tocado bastante, fueron entrando. Formaron grupo al lado opuesto de la cabecera del salón, y estuvieron bebiendo y charlando. Después pasaron todos al comedor.
En la presidencia se instalaron los novios, los padrinos, mosén Millán, el señor Cástulo y algunos otros labradores acomodados. El cura hablaba de la infancia de Paco y contaba sus diabluras, pero también su indignidad contra los búhos que mataban por la noche a los gatos extraviados, y su deseo de obligar a todo el pueblo a visitar a los pobres de las cuevas y a ayudarles. Hablando de esto vio en los ojos de Paco una seriedad llena de dramáticas reservas, y entonces el cura cambió de tema, y recordó con benevolencia el incidente del revólver, y hasta sus aventuras en la plaza del agua.
No faltó en la comida la perdiz en adobo ni la trucha al horno, ni el capón relleno. Iban de mano en mano porrones, botas, botellas, con vinos de diferentes cosechas.
La noticia de la boda llegó al carasol, donde las viejas hilanderas bebieron a la salud de los novios el vino que llevaron la Jerónima y el zapatero. Éste se mostraba más alegre y libre de palabra que otras veces, y decía que los curas son las únicas personas a quienes todo el mundo llama padre, menos sus hijos, que los llaman tíos.
Las viejas aludían a los recién casados:
-Frescas están ya las noches.
-Lo propio para dormir con compañía.
Una decía que cuando ella se casó había nieve hasta la rodilla.
-Malo para el novio -dijo otra.
-¿Por qué?
-Porque tendría sus noblezas escondidas en los riñones, con la helada.
-Eh, tú, culo de hanega. Cuando enviudes, échame un parte -gritó la Jerónima.
El zapatero, con más deseos de hacer reír a la gente que de insultar a la Jerónima, fue diciéndole una verdadera letanía de desvergüenzas:
-Cállate, penca del diablo, pata de afilador, albarda, zurupeta, tía chamusca, estropajo. Cállate, que te traigo una buena noticia: Su Majestad el rey va envidao y se lo lleva la trampa.
-¿Y a mí qué?
-Que en la república no empluman a las brujas.
Ella decía de sí misma que volaba en una escoba, pero no permitía que se lo dijeran los demás. Iba a responder cuando el zapatero continuó:
-Te lo digo a ti, zurrapa, trotona, chirigaita, mochilera, trasgo, pendón, zancajo, pinchatripas, ojisucia, mocarra, fuina...
La ensalmadora se apartaba mientras él la seguía con sus dicharachos. Las viejas del carasol reventaban de risa, y antes de que llegaran las reacciones de la Jerónima, que estaba confusa, decidió el zapatero retirarse victorioso. Por el camino tendía la oreja a ver lo que decían detrás. Se oía la voz de la Jerónima:
-¿Quién iba a decirme que ese monicaco tenía tantas dijendas en el estómago?
Y volvían a hablar de los novios. Paco era el mozo mejor plantao del pueblo, y se había llevado la novia que merecía. Volvían a aludir a la noche de novios con expresiones salaces.
Siete años después, mosén Millán recordaba la boda sentado en el viejo sillón de la sacristía. No abría los ojos para evitarse la molestia de hablar con don Valeriano, el alcalde. Siempre le había sido difícil entenderse con él porque aquel hombre no escuchaba jamás.
Se oían en la iglesia las botas de campo de don Gumersindo. No había en la aldea otras botas como aquéllas, y mosén Millán supo que era él mucho antes de llegar a la sacristía. Iba vestido de negro, y al ver al cura con los ojos cerrados, habló en voz baja para saludar a don Valeriano. Pidió permiso para fumar, y sacó la petaca. Entonces, mosén Millán abrió los ojos.

TÉCNICAS NARRATIVAS – PUNTO DE VISTA DEL NARRADOR

Viva Paco el del Molino y Águeda la del buen garbo, que ayer eran sólo novios, y ahora son ya desposados.
-¿Ha venido alguien más? -preguntó.
-No, señor -dijo don Gumersindo disculpándose como si tuviera él la culpa-. No he visto como el que dice un alma en la iglesia.
Mosén Millán parecía muy fatigado, y volvió a cerrar los ojos y a apoyar la cabeza en el muro. En aquel momento entró el monaguillo, y don Gumersindo le preguntó:
-Eh, zagal. ¿Sabes por quién es la misa?
El chico recurrió al romance en lugar de responder:
-No lo digas todo, zagal, porque aquí, el alcalde, te llevará a la cárcel.
El monaguillo miró a don Valeriano, asustado. Éste, la vista perdida en el techo, dijo:
-Cada broma quiere su tiempo y lugar.
Se hizo un silencio penoso. Mosén Millán abrió los ojos otra vez, y se encontró con los de don Gumersindo, que murmuraba:
-La verdad es que no sé si sentirme con lo que dice.
El cura intervino diciendo que no había razón para sentirse. Luego ordenó al monaguillo que saliera a la plaza a ver si había gente esperando para la misa. Solía quedarse allí algún grupo hasta que las campanas acababan de tocar. Pero el cura quería evitar que el monaguillo dijera la parte del romance en laque se hablaba de él:
Estaba don Gumersindo siempre hablando de su propia bondad -como el que dice- y de la gente desagradecida que le devolvía mal por bien. Eso le parecía especialmente adecuado delante del cura y de don Valeriano en aquel momento. De pronto tuvo un arranque generoso:
-Mosén Millán. ¿Me oye, señor cura? Aquí hay dos duros para la misa de hoy.
El sacerdote abrió los ojos, somnolente, y advirtió que el mismo ofrecimiento había hecho don Valeriano, pero que le gustaba decir la misa sin que nadie la pagara. Hubo un largo silencio. Don Valeriano arrollaba su cadena en el dedo índice y luego la dejaba resbalar. Los dijes sonaban. Uno tenía un rizo de pelo de su difunta esposa. Otro, una reliquia del santo padre Claret heredada de su bisabuelo. Hablaba en voz baja de los precios de la lana y del cuero, sin que nadie le contestara.
Mosén Millán, con los ojos cerrados, recordaba aún el día de la. boda de Paco. En el comedor, una señora había perdido un pendiente, y dos hombres andaban a cuatro manos buscándolo. Mosén Millán pensaba que en las bodas siempre hay una mujer a quien se le cae un pendiente, y lo busca, y no lo encuentra.
La novia, perdida la palidez de la primera hora de la mañana -por el insomnio de la noche anterior-, había recobrado sus colores. De vez en cuando consultaba el novio la hora. Y a media tarde se fueron a la estación conducidos por el mismo señor Cástulo.
La mayor parte de los invitados habían salido a la calle a despedir a los novios con vítores y bromas.
Muchos desde allí volvieron a sus casas. Los más jóvenes fueron al baile.
Se entretenía mosén Millán con aquellas memorias para evitar oír lo que decían don Gumersindo y don Valeriano, quienes hablaban, como siempre, sin escucharse el uno al otro.
Tres semanas después de la boda volvieron Paco y su mujer, y el domingo siguiente se celebraron elecciones.



EL ZAPATERO: LA SITUACIÓN POLÍTICA

Cerca de la casa del novio encontró al zapatero, vestido de gala. Era pequeño, y como casi todos los del oficio, tenía anchas caderas. Mosén Millán, que tuteaba a todo el mundo, lo trataba a él de usted. Le preguntó si había estado en la casa de Dios.
-Mire, mosén Millán. Si aquello es la casa de Dios, yo no merezco estar allí, y si no lo es, ¿para qué?
El zapatero encontró todavía antes de separarse del cura un momento para decirle algo de veras extravagante.
Le dijo que sabía de buena tinta que en Madrid el rey se tambaleaba, y que si caía, muchas cosas iban a caer con él. Como el zapatero olía a vino, el cura no le hizo mucho caso. El zapatero repetía con una rara alegría:
-En Madrid pintan bastos, señor cura.
Podía haber algo de verdad, pero el zapatero hablaba fácilmente. Sólo había una persona que en eso se le pudiera igualar: la Jerónima.
Era el zapatero como un viejo gato, ni amigo ni enemigo de nadie, aunque con todos hablaba. Mosén Millán recordaba que el periódico de la capital de la provincia no disimulaba su alarma ante lo que pasaba en Madrid. Y no sabía qué pensar.
Veía el cura a los novios solemnes, a los invitados jóvenes ruidosos, y a los viejos discretamente alegres.
Pero no dejaba de pensar en las palabras del zapatero. Éste se había puesto, según dijo, el traje que llevó en su misma boda, y por eso olía a alcanfor. A su alrededor se agrupaban seis u ocho invitados, los menos adictos a la parroquia. «Debía de estar hablándoles -pensaba mosén Millán- de la próxima caída del rey y de que en Madrid pintaban bastos.»
Comenzaron a servir vino. En una mesa había pimientos en adobo, hígado de pollo y rabanitos en vinagre para abrir el apetito. El zapatero se servía mientras elegía entre las botellas que había al lado. La madre del novio le dijo indicándole una:
-Este vino es de los que raspan.
En la sala de al lado estaban las mesas. En la cocina, la Jerónima arrastraba su pata reumática.
Era ya vieja, pero hacía reír a la gente joven:
-No me dejan salir de la cocina –decía- porque tienen miedo de que con mi aliento agrie, el vino. Pero me da igual. En la cocina está lo bueno. Yo también sé vivir. No me casé, pero por detrás de la iglesia tuve todos los hombres que se me antojaban. Soltera, soltera, pero con la llave en la gatera.
Las chicas reían escandalizadas.
Entraba en la casa el señor Cástulo Pérez. Su presencia causó sensación porque no lo esperaban.
Llegaba con dos floreros de porcelana envueltos en papel y cuidadosamente atados con una cinta. «No sé qué es esto -dijo dándoselos a la madre de la novia-. Cosas de la dueña.» Al ver al cura se le acercó:
-Mosén Millán, parece que en Madrid van a darle la vuelta a la tortilla.
Del zapatero se podía dudar, pero refrendado por el señor Cástulo, no. Y éste, que era hombre prudente, buscaba, al parecer, el arrimo de Paco el del Molino. ¿Con qué fin? Había oído el cura hablar de elecciones.
A las preguntas del cura, el señor Cástulo decía evasivo: « Un runrún que corre». Luego, dirigiéndose al padre del novio, gritó con alegría:
-Lo importante no es si ponen o quitan rey, sino saber si la rosada mantiene el tempero de las viñas. Y si no, que lo diga Paco.
-Bien que le importan a Paco las viñas en un día como hoy-dijo alguien.
Con sus apariencias simples, el señor Cástulo era un carácter fuerte. Se veía en sus ojos fríos y escrutadores.



COMPROMISO POLÍTICO DE PACO: LA REPÚBLICA, AYUNTAMIENTOS DEMOCRÁTICOS. EL DUQUE Y LOS CACIQUES
Tres semanas después de la boda volvieron Paco y su mujer, y el domingo siguiente se celebraron elecciones.
Los nuevos concejales eran jóvenes, y con excepción de algunos, según don Valeriano, gente baja.
El padre de Paco vio de pronto que todos los que con él habían sido elegidos se consideraban contrarios al duque y echaban roncas contra el sistema de arrendamientos de pastos. Al saber esto Paco el del Molino, se sintió feliz, y creyó por vez primera que la política valía para algo. «Vamos a quitarle la hierba al duque», repetías.
El resultado de la elección dejó a todos un poco extrañados. El cura estaba perplejo. Ni uno solo de los concejales se podía decir que fuera hombre de costumbres religiosas. Llamó a Paco, y le preguntó:
-¿Qué es eso que me han dicho de los montes del duque?
Ya lo llevan cuesta arriba
camino del camposanto...
Aquel que lo bautizara,
mosén Millán el nombrado,
en confesión desde el coche
le escuchaba los pecados.
-Nada -dijo Paco-. La verdad. Vienen tiempos nuevos, mosén Millán.
-¿Qué novedades son ésas?
-Pues que el rey se va con la música a otra parte, y lo que yo digo: buen viaje.
Pensaba Paco que el cura le hablaba a él porque no se atrevía a hablarle de aquello a su padre. Añadió:
-Diga la verdad, mosén Millán. Desde aquel día que fuimos a la cueva a llevar el santolio sabe usted que yo y otros cavilamos para remediar esa vergüenza. Y más ahora que se ha presentado la ocasión.
-¿Qué ocasión? Eso se hace con dinero. ¿De dónde vais a sacarlo?
-Del duque. Parece que a los duques les ha llegado su San Martín.
-Cállate, Paco. Yo no digo que el duque tenga siempre razón. Es un ser humano tan falible como los demás, pero hay que andar en esas cosas con pies de plomo, y no alborotar a la gente ni remover las bajas pasiones.
Las palabras del joven fueron comentadas en el carasol. Decían que Paco había dicho al cura: «A los reyes, a los duques y a los curas los vamos a pasar a cuchillo, como a los cerdos por San Martín». En el carasol siempre se exageraba.
Se supo de pronto que el rey había huido de España. La noticia fue tremenda para don Valeriano y para el cura. Don Gumersindo no quería creerla, y decía que eran cosas del zapatero. Mosén Millán estuvo dos semanas sin salir de la abadía, yendo a la iglesia por la puerta del huerto y evitando hablar con nadie. El primer domingo fue mucha gente a misa esperando la reacción de mosén Millón, pero el cura no hizo la
menor alusión. En vista de esto el domingo siguiente estuvo el templo vacío.
Paco buscaba al zapatero, y lo encontraba taciturno y reservado.
Entretanto, la bandera tricolor flotaba al aire en el balcón de la casa consistorial y encima de la puerta de la escuela. Don Valeriano y don Gumersindo no aparecían por ningún lado, y Cástulo buscaba a Paco, y se exhibía con él, pero jugaba con dos barajas, y cuando veía al cura le decía en voz baja:
-¿A dónde vamos a parar, mosén Millán?
Hubo que repetir la elección en la aldea porque había habido incidentes que, a juicio de don Valeriano, la hicieron ilegal. En la segunda elección el padre de Paco cedió el puesto a su hijo. El muchacho fue elegido.
En Madrid suprimieron los bienes de señorío, de origen medioeval y los incorporaron a los municipios.
Aunque el duque alegaba que sus montes no entraban en aquella clasificación, las cinco aldeas acordaron, por iniciativa de Paco, no pagar mientras los tribunales decidían. Cuando Paco fue a decírselo a don Valeriano, éste se quedó un rato mirando al techo y jugando con el guardapelo de la difunta. Por fin se negó a darse por enterado, y pidió que el municipio se lo comunicara por escrito.
La noticia circuló por el pueblo. En el carasol se decía que Paco había amenazado a don Valeriano.
Atribuían a Paco todas las arrogancias y desplantes a los que no se atrevían los demás. Querían en el carasol a la familia de Paco y a otras del mismo tono cuyos hombres, aunque tenían tierras, trabajaban de sol a sol. Las mujeres del carasol iban a misa, pero se divertían mucho con la Jerónima cuando cantaba aquella canción que decía:
El cura le dijo al ama
que se acostara a los pies.

No se sabía exactamente lo que planeaba el ayuntamiento «en favor de los que vivían en las cuevas», pero la imaginación de cada cual trabajaba, y las esperanzas de la gente humilde crecían. Paco había tomado muy en serio el problema, y las reuniones del municipio no trataban de otra cosa.
Paco envió a don Valeriano el acuerdo del municipio, y el administrador lo transmitió a su amo.
La respuesta telegráfica del duque fue la siguiente:
Doy orden a mis guardas de que vigilen mis montes, y disparen sobre cualquier animal o persona que entre en ellos. El municipio debe hacerlo pregonar para evitar la pérdida de bienes o de vidas humanas.
 Al leer esta respuesta, Paco propuso al alcalde que los guardas fueran destituidos, y que les dieran un cargo mejor retribuido en el sindicato de riegos, en la huerta. Estos guardas no eran más que tres, y aceptaron contentos. Sus carabinas fueron a parar a un rincón del salón de sesiones, y los ganados del pueblo entraban en los montes del duque sin dificultad.
Don Valeriano, después de consultar varias veces con mosén Millón, se arriesgó a llamar a Paco, quien acudió a su casa. Era la de don Valeriano grande y sombría, con balcones volados y puerta cochera. Don Valeriano se había propuesto ser conciliador y razonable, y lo invitó a merendar. Le habló del duque de una
manera familiar y ligera. Sabía que Paco solía acusarlo de no haber estado nunca en la aldea, y eso no era verdad. Tres veces había ido en los últimos añosa ver sus propiedades, pero no hizo noche en aquel pueblo, sino en el de al lado. Y aún se acordaba don Valeriano de que cuando el señor duque y la señora duquesa hablaban con el guarda más viejo, y éste escuchaba con el sombrero en la mano, sucedió una
ocurrencia memorable. La señora duquesa le preguntaba al guarda por cada uña de las personas de su familia, y al preguntarle por el hijo mayor, don Valeriano se acordaba de las mismas palabras del guarda, y las repetía:
-¿Quién, Miguel? -dijo el guarda-. ¡Tóquele vuecencia los cojones a Miguelico, que está en Barcelona ganando nueve pesetas diarias!
Don Valeriano reía. También rió Paco, aunque de pronto se puso serio, y dijo:
-La duquesa puede ser buena persona, y en eso no me meto. Del duque he oído cosas de más y de menos. Pero nada tiene que ver con nuestro asunto.
-Eso es verdad. Pues bien, yendo al asunto, parece que el señor duque está dispuesto a negociar con usted -dijo don Valeriano.
-¿Sobre el monte? -don Valeriano afirmó con el gesto-. No hay que negociar, sino bajar la cabeza.
Don Valeriano no decía nada, y Paco se atrevió a añadir:
-Parece que el duque templa muy a lo antiguo.
Seguía don Valeriano en silencio, mirando al techo.
-Otra jota cantamos por aquí -añadió Paco.
Por fin habló don Valeriano:
-Hablas de bajar la cabeza. ¿Quién va a bajar la cabeza? Sólo la bajan los cabestros.
-Y los hombres honrados cuando hay uña ley.
-Ya lo veo, pero el abogado del señor duque piensa de otra manera. Y hay leyes y leyes.
Paco se sirvió vino diciendo entre dientes: con permiso. Esta pequeña libertad ofendió a don Valeriano, quien sonrió, y dijo: sírvase, cuando Paco había llenado ya su vaso.
Volvió Paco a preguntar:
-¿De qué manera va a negociar él duque? No hay más que dejar los montes, y no volver a pensar en el asunto.
Don Valeriano miraba el vaso de Paco, y se atusaba despacio los bigotes, que estaban tan lamidos y redondeados, que parecían postizos. Paco murmuró:
-Habría que ver qué papeles tiene el duque sobre esos montes. ¡Si es que tiene alguno!
Don Valeriano estaba irritado:
-También en eso te equivocas. Son muchos siglos de usanza, y eso tiene fuerza. No se deshace en un día lo que se ha hecho en cuatrocientos años. Los montes no son botellicas de vino -añadió viendo que Paco volvía a servirse-, sino fuero. Fuero de reyes.
-Lo que hicieron los hombres, los hombres lo deshacen, creo yo.
-Sí, pero de hombre a hombre ya algo.
Paco negaba con la cabeza.
-Sobre este asunto -dijo bebiendo el segundo vaso y chascando la lengua- dígale al duque que si tiene tantos derechos, puede venir a defenderlos él, mismo, pero que traiga un rifle nuevo, porque los de los
guardas los tenemos nosotros.
-Paco, parece mentira. ¿Quién iba a pensar que un hombre con un jaral y un par de mulas tuviera aliento para hablar así? Después de esto no me queda nada que ver en el mundo.
Terminada la entrevista, cuyos términos comunicó don Valeriano al duque, éste volvió a enviar órdenes, y el administrador, cogido entre dos fuegos, no sabía qué hacer, y acabó por marcharse del pueblo después de ver a mosén Millán, contarle a su manera lo sucedido y decirle que el pueblo se gobernaba por las dijendas del carasol. Atribuía a Paco amenazas e insultos e insistía mucho en aquel detalle de la botella y el vaso. El cura unas veces le escuchaba y otras no.
Mosén Millán movía la cabeza con lástima recordando todo aquello desde su sacristía. Volvía el monaguillo a apoyarse en el quicio de la puerta, y como no podía estar quieto, frótaba una bota contra la otra, y mirando al cura recordaba todavía el romance:



EL GOLPE DE ESTADO: LOS PIJAÍTOS.

Llegó a la aldea un grupo de señoritos con vergas y con pistolas. Parecían personas de poco más o menos, y algunos daban voces histéricas. Nunca habían visto gente tan desvergonzada. Normalmente a aquellos tipos rasurados y finos como mujeres los llamaban en el carasol pijaitos, pero lo primero que hicieron fue dar una paliza tremenda al zapatero, sin que le valiera para nada su neutralidad. Luego mataron a seis campesinos -entre ellos cuatro de los que vivían en las cuevas- y dejaron sus cuerpos en las cunetas de la carretera entre el pueblo y el carasol. Como los perros acudían a lamer la sangre, pusieron a uno de los guardas del duque de vigilancia para alejarlos. Nadie preguntaba. Nadie comprendía. No había guardias civiles que salieran al paso de los forasteros.
En la iglesia, mosén Millán anunció que estaría El Santísimo expuesto día y noche, y después protestó ante don Valeriano -al que los señoritos habían hecho alcalde- de que hubieran matado a los seis campesinos sin darles tiempo para confesar. El cura se pasaba el día y parte de la noche rezando.
El pueblo estaba asustado, y nadie sabía qué hacer. La Jerónima iba y venía, menos locuaz que de costumbre.
Pero en el carasol insultaba a los señoritos forasteros, y pedía para ellos tremendos castigos. Esto no era obstáculo para que cuando veía al zapatero le hablara de leña, de bandeo, de varas de medir y de otras cosas que aludían a la paliza. Preguntaba por Paco, y nadie sabía darle razón. Había desaparecido, y lo buscaban, eso era todo.
Al día siguiente de haberse burlado la Jerónima del zapatero, éste apareció muerto en el camino del carasol con la cabeza volada. La pobre mujer fue a ponerle encima una sábana, y después se encerró en su casa, y estuvo tres días sin salir. Luego volvió a asomarse a la calle poco a poco, y hasta se acercó al carasol, donde la recibieron con reproches e insultos. La Jerónima lloraba (nadie la había visto llorar nunca), y decía que merecía que la mataran a pedradas; como a una culebra.
Pocos días más tarde, en el carasol, la Jerónima volvía a sus bufonadas mezclándolas con juramentos y amenazas.
Nadie sabía cuándo mataban a la gente. Es decir, lo sabían, pero nadie los veía. Lo hacían por la noche, y durante el día el pueblo parecía en calma.
Entre la aldea y el carasol habían aparecido abandonados cuatro cadáveres más, los cuatro de concejales.
Muchos de los habitantes estaban fuera de la aldea segando. Sus mujeres seguían yendo al carasol, y repetían los nombres de los que iban cayendo. A veces rezaban, pero después se ponían a insultar con voz recelosa a las mujeres de los ricos, especialmente a la Valeriana y a la Gumersinda. La Jerónima decía que la peor de todas era la mujer de Cástulo, y que por ella habían matado al zapatero.
-No es verdad -dijo alguien-. Es porque el zapatero dicen que era agente de Rusia.
Nadie sabía qué era la Rusia, y todos pensaban en la yegua roja de la tahona, a la que llamaban así.
Pero aquello no tenía sentido. Tampoco lo tenía nada de lo que pasaba en el pueblo. Sin atreverse a levantar la voz comenzaban con sus dijendas:
-La Cástula es una verruga peluda.
-Una estaferma.
La Jerónima no se quedaba atrás:
-Un escorpión cebollero.
-Una liendre sebosa.
-Su casa -añadía la Jerónima- huele a fogón meado.
Había oído decir que aquellos señoritos de la ciudad iban a matar a todos los que habían votado contra el rey. La Jerónima, en medio de la catástrofe, percibía algo mágico y sobrenatural, y sentía en todas partes el olor de sangre. Sin embargo, cuando desde el carasol oía las campanas y a veces el yunque del herrero haciendo contrapunto, no podía evitar algún meneo y bandeo de sayas. Luego maldecía otra vez, y llamaba patas puercas a la Gumersinda. Trataba de averiguar qué había sido de Paco el del Molino, pero nadie sabía sino que lo buscaban. La Jerónima se daba por enterada, y decía:
-A ese buen mozo no lo atraparán así como así.
Aludía otra vez a las cosas que había visto cuando de niño le cambiaba los pañales.
Desde la sacristía, mosén Millán recordaba la horrible confusión de aquellos días, y se sentía atribulado y confuso. Disparos por la noche, sangre, malas pasiones, habladurías, procacidades de aquella gente forastera, que, sin embargo, parecía educada. Y don Valeriano se lamentaba de lo que sucedía y al mismo tiempo empujaba a los señoritos de la ciudad a matar más gente.



COBARDÍA DE MOSÉN MILLÁN Y SENTIMIENTO DE CULPA
CONSIGUE AVERIGUAR DÓNDE SE ESCONDE PACO.
POSTURA AMBIGUA DE LA IGLESIA Y ALINEACIÓN CON LOS PODEROSOS

Desde la sacristía, mosén Millán recordaba la horrible confusión de aquellos días, y se sentía atribulado y confuso. Disparos por la noche, sangre, malas pasiones, habladurías, procacidades de aquella gente forastera, que, sin embargo, parecía educada. Y don Valeriano se lamentaba de lo que sucedía y al mismo tiempo empujaba a los señoritos de la ciudad a matar más gente. Pensaba el cura en Paco. Su padre esta-ba en aquellos días en casa. Cástulo Pérez lo había garantizado diciendo que era trigo limpio. Los otros ricos no se atrevían a hacer nada contra él esperando echarle mano al hijo.
Nadie más que el padre de Paco sabía dónde su hijo estaba. Mosén Millán fue a su casa.
-Lo que está sucediendo en el pueblo -dijo- es horrible y no tiene nombre.
El padre de Paco lo escuchaba sin responder, un poco pálido. El cura siguió hablando. Vio ir y venir a la joven esposa como una sombra, sin reír ni llorar. Nadie lloraba y nadie reía en el pueblo. Mosén Millán pensaba que sin risa y sin llanto la vida podía ser horrible como una pesadilla.
Por uno de esos movimientos en los que la amistad tiene a veces necesidad de mostrarse meritoria, mosén Millán dio la impresión de que sabía dónde estaba escondido Paco. Dando a entender que lo sabía, el padre y la esposa tenían que agradecerle su silencio. No dijo el cura concretamente que lo supiera, pero
lo dejó entender. La ironía de la vida quiso que el padre de Paco cayera en aquella trampa. Miró al cura pensando precisamente lo que mosén Millán quería que pensara: «Si lo sabe, y no ha ido con el soplo, es un hombre honrado y enterizo». Esta reflexión le hizo sentirse mejor.
A lo largo de la conversación el padre de Paco reveló el escondite del hijo, creyendo que no decía nada nuevo al cura. Al oírlo, mosén Millán recibió una tremenda impresión. «Ah -se dijo-, más valdría que no me lo hubiera dicho. ¿Por qué he de saber yo que Paco está escondido en las Pardinas?» Mosén Millán tenía miedo, y no sabía concretamente de qué. Se marchó pronto, y estaba deseando verse ante los forasteros de las pistolas para demostrarse a sí mismo su entereza y su lealtad a Paco. Así fue. En vano estuvieron el centurión y sus amigos hablando con él toda la tarde. Aquella noche mosén Millán rezó y durmió con una calma que hacía tiempo no conocía.
Al día siguiente hubo una reunión en el ayuntamiento, y los forasteros hicieron discursos y dieron grandes voces. Luego quemaron la bandera tricolor y obligaron a acudir todos los vecinos del pueblo y a saludar levantando el brazo cuando lo mandaba el centurión. Éste era un hombre con cara bondadosa y gafas oscuras. Era difícil imaginar a aquel hombre matando a nadie. Los campesinos creían que aquellos
hombres que hacían gestos innecesarios y juntaban los tacones y daban gritos estaban mal de la cabeza, pero viendo a mosén Millán y a don Valeriano sentados en lugares de honor, no sabían qué pensar. Además de los asesinatos, lo único que aquellos hombres habían hecho en el pueblo era devolver los montes al duque.
Dos días después don Valeriano estaba en la abadía frente al cura. Con los dedos pulgares en .las sisas del chaleco -lo que hacía más ostensibles los dijes- miraba al sacerdote a los ojos.
-Yo no quiero el mal de nadie, como quien dice, pero ¿no es Paco uno de los que más se han señalado?
Es lo que yo digo, señor cura: por menos han caído otros.
Mosén Millán decía:
-Déjelo en paz. ¿Para qué derramar más sangre?
Y le gustaba, sin embargo, dar a entender que sabía dónde estaba escondido. De ese modo mostraba al alcalde que era capaz de nobleza y lealtad. La verdad era que buscaban a Paco frenéticamente. Habían llevado a su casa perros de caza que tomaron el vierto con sus ropas y zapatos viejos.
El centurión de la cara bondadosa y las gafas oscuras llegó en aquel momento con dos más, y habiendo oído las palabras del cura, dijo:
-No queremos reblandecidos mentales. Estamos limpiando el pueblo, y el que no está con nosotros está en contra.
-¿Ustedes creen -dijo mosén Millán— que soy un reblandecido mental?
Entonces todos se pusieron razonables.
-Las últimas ejecuciones -decía el centurión- se han hecho sin privar a los reos de nada. Han tenido hasta la extremaunción. ¿De qué se queja usted?
Mosén Millán hablaba de algunos hombres honrados que habían caído, y de que era necesario acabar con aquella locura.
-Diga usted la verdad -dijo el centurión sacando la pistola y poniéndola sobre la mesa-. Usted sabe dónde se esconde Paco el del Molino.
Mosén Millán pensaba si el centurión habría sacado la pistola para amenazarle o sólo para aliviar su cinto de aquel peso. Era un movimiento que le había visto hacer otras veces. Y pensaba en Paco, a quien bautizó, a quien casó. Recordaba en aquel momento detalles nimios, como los búhos nocturnos y el olor de las perdices en adobo. Quizá de aquella respuesta dependiera la vida de Paco. Lo quería mucho, pero
sus afectos no eran por el hombre en sí mismo, sino por Dios. Era el suyo un cariño por encima de la muerte y la vida. Y no podía mentir.
-¿Sabe usted dónde se esconde? -le preguntaban a un tiempo los cuatro.
Mosén Millán contestó bajando la cabeza. Era una afirmación. Podía ser una afirmación. Cuando se dio cuenta era tarde. Entonces pidió que le prometieran que no lo matarían. Podrían juzgarlo, y si era culpable de algo, encarcelarlo, pero no cometer un crimen más. El centurión de la expresión bondadosa prometió.
Entonces mosén Millán reveló el escondite de Paco. Quiso hacer después otras salvedades en su favor, pero no le escuchaban. Salieron en tropel, y el cura se quedó solo. Espantado de sí mismo, y al mismo tiempo con un sentimiento de liberación, se puso a rezar.
Media hora después llegaba el señor Cástulo diciendo que el carasol se había acabado porque los señoritos de la ciudad habían echado dos rociadas de ametralladora, y algunas mujeres cayeron, y las otras salieron chillando y dejando rastro de sangre, como una bandada de pájaros después de una perdigonada.
Entre las que se salvaron estaba la Jerónima, y al decirlo, Cástulo añadió:
Ya se sabe. Mala hierba...
El cura, viendo reír a Cástulo, se llevó las manos a la cabeza, pálido. Y, sin embargo, aquel hombre no había denunciado, tal vez, el escondite de nadie. ¿De qué se escandalizaba? -se preguntaba el cura con horror-. Volvió a rezar. Cástulo seguía hablando y decía que había once o doce mujeres heridas, además de las que habían muerto en el mismo carasol. Como el médico estaba encarcelado, no era fácil que se
curaran todas.
Al día siguiente el centurión volvió sin Paco. Estaba indignado. Dijo que al ir a entrar en las Pardinas el fugitivo los había recibido a tiros. Tenía una carabina de las de los guardas de montes, y acercarse a las Pardinas era arriesgar la vida.
Pedía al cura que fuera a parlamentar con Paco. Había dos hombres de la centuria heridos, y no quería que se arriesgara ninguno más.
Un año después mosén Millán recordaba aquellos episodios como si los hubiera vivido el día anterior. Viendo entrar en la sacristía al señor Cástulo -el que un año antes se reía de los crímenes del carasol volvió a entornar los ojos y a decirse a sí mismo: «Yo denuncié el lugar donde Paco se escondía. Yo fui a parlamentar con él. Y ahora...». Abrió los ojos, y vio a los tres hombres sentados enfrente. El del centro, don Gumersindo, era un poco más alto que los otros. Las tres caras miraban impasibles a mosén Millán. Las campanas de la torre dejaron de tocar con tres golpes finales graves y espaciados, cuya vibración quedó en el aire un rato.
LA REPRESIÓN : Mosén Millán convence a Paco de que se entregue

Cerraron las puertas, y el templo volvió a quedar en sombras. San Miguel con su brazo desnudo alzabala espada sobre el dragón. En un rincón chisporroteaba una lámpara sobre el baptisterio.
Don Valeriano, don Gumersindo y el señor Cástuló fueron a sentarse en el primer banco.
El monaguillo fue al presbiterio, hizo la genuflexión al pasar frente al sagrario y se perdió en la sacristía:
-Ya se ha marchado, mosén Millán.
El cura seguía con sus recuerdos de un año antes. Los forasteros de las pistolas obligaron a mosén Millán a ir con ellos a las Pardinas. Una vez allí dejaron que el cura se acercara solo.
-Paco -gritó con cierto temor-. Soy yo. ¿No ves que soy yo?
Nadie contestaba. En una ventana se veía la boca de una carabina. Mosén Millán volvió a gritar:
-Paco, no seas loco. Es mejor que te entregues.
De las sombras de la ventana salió una voz:
-Muerto, me entregaré. Apártese y que vengan los otros si se atreven.
Mosén Millán daba a su voz una gran sinceridad:
-Paco, en el nombre de lo que más quieras, de tu mujer, de tu madre. Entrégate.
No contestaba nadie. Por fin se oyó otra vez la voz de Paco:
-¿Dónde están mis padres? ¿Y mi mujer?
-¿Dónde quieres que estén? En casa.
-¿No les ha pasado nada?
-No, pero, si tú sigues así, ¿quién sabe lo que puede pasar?
A estas palabras del cura volvió a suceder un largo silencio. Mosén Millán llamaba a Paco por su nombre, pero nadie respondía. Por fin, Paco se asomó. Llevaba la carabina en las manos. Se le veía fatigado y pálido.
-Contésteme a lo que le pregunte, Mosén Millán.
-Sí, hijo.
-¿Maté ayer a alguno de los que venían a buscarme?
-No.
-¿A ninguno? ¿Está seguro?
-Que Dios me castigue si miento. A nadie.
Esto parecía mejorar las condiciones. El cura, dándose cuenta, añadió:
-Yo he venido aquí con la condición de que no te harán nada. Es decir, te juzgaran- delante de un tribunal, y si tienes culpa, irás a la cárcel. Pero nada más.
-¿Está seguro?

... las cotovías se paran
en la cruz del camposanto.

El cura tardaba en contestar. Por fin dijo:
-Eso he pedido yo. En todo caso, hijo, piensa en tu familia y en que no merecen pagar por ti.
Paco miraba alrededor, en silencio. Por fin dijo:
-Bien, me quedan cincuenta tiros, y podría vender la vida cara. Dígales a los otros que se acerquen sin miedo, que me entregaré.
De detrás de una cerca se oyó la voz del centurión:
-Que tire la carabina por la ventana, y que salga.
Obedeció Paco.
Momentos después lo habían sacado de las Pardinas, y lo llevaban a empujones y culatazos al pueblo.




EL ROMANCE

Ahí va Paco el del Molino,
que ya ha sido sentenciado,
y que llora por su vida
camino del camposanto.
... y al llegar frente a las tapias
el centurión echa el alto.
... ya los llevan, ya los llevan
atados brazo con brazo.
Las luces iban po'l monte
y las sombras por el saso...

... Lo buscaban en los montes,
pero no lo han encontrado;
a su casa iban con perros
pa, que tomen el olfato;
ya ventean, ya ventean
las ropas viejas de Paco.
en la Pardina del monte
allí encontraron a Paco;
date, date a la justicia,
o aquí mismo te matamos.

En los ojos de los novios
relucían dos luceros;
ella es la flor de la ontina,
y él es la flor del romero.
Viva Paco el del Molino
y Águeda la del buen garbo,
que ayer eran sólo novios,
y ahora son ya desposados.

Ya lo llevan cuesta arriba
camino del camposanto...
Aquel que lo bautizara,
mosén Millán el nombrado,
en confesión desde el coche
le escuchaba los pecados.

Entre cuatro lo llevaban
adentro del camposanto,
madres, las que tenéis hijos,
Dios os los conserva sanos,
y el Santo Ángel de la Guarda...
En las zarzas del camino
el pañuelo se ha dejado,
las aves pasan deprisa,
las nubes pasan despacio...
... las cotovías se paran
en la cruz del camposanto.
... y rindió el postrer suspiro
al Señor de lo creado. -Amén.



LA TRAICIÓN

El último en confesarse fue Paco.
-En mala hora lo veo a usted -dijo al cura con una voz que mosén Millán no le había oído nunca-. Pero usted me conoce, mosén Millán. Usted sabe quién soy.
-Sí, hijo.
-Usted me prometió que me llevarían a un tribunal y me juzgarían.
-Me han engañado a mí también. ¿Qué puedo hacer? Piensa, hijo, en tu alma, y olvida, si puedes, todo lo demás.
-¿Por qué me matan? ¿Qué he hecho yo? Nosotros no hemos matado a nadie. Diga usted que yo no he hecho nada. Usted sabe que soy inocente, que somos inocentes los tres.
-Sí, hijo. Todos sois inocentes; pero ¿qué puedo hacer yo?
-Si me matan por haberme defendido en las Pardinas, bien. Pero los otros dos no han hecho nada.
Paco se agarraba a la sotana de mosén Millán, y repetía: «No han hecho nada, y van a matarlos. No han hecho nada». Mosén Millán, conmovido hasta las lágrimas, decía:
-A veces, hijo mío, Dios permite que muera un inocente. Lo permitió de su propio Hijo, que era mas inocente que vosotros tres.
Paco, al oír estas palabras, se quedó paralizado y mudo. El cura tampoco hablaba. Lejos, en el pueblo, se oían ladrar perros y sonaba una campana. Desde hacía dos semanas no se oía sino aquélla campana día y noche. Paco dijo con una firmeza desesperada:
-Entonces, si es verdad que no tenemos salvación, mosén Millán, tengo mujer. Está esperando un hijo.
¿Qué será de ella? ¿Y de mis padres?
Hablaba como si fuera a faltarle el aliento, y le contestaba mosén Millán con la misma prisa enloquecida, entre dientes. A veces pronunciaban las palabras de tal manera, que no se entendían, pero había entre ellos una relación de sobrentendidos. Mosén Millán hablaba atropelladamente de los designios de Dios, y al final de una larga-lamentación preguntó:
-¿Te arrepientes de tus pecados?
Paco no lo entendía. Era la primera expresión del cura que no entendía. Cuando el sacerdote repitió por cuarta vez, mecánicamente, la pregunta, Paco respondió que sí con la cabeza. En aquel momento mosén Millán alzó la mano, y dijo: Ego te absolvo in... Al oír estas palabras dos hombres tomaron a Paco por los  brazos y lo llevaron al muro donde estaban ya los otros. Paco gritó:
-¿Por qué matan a estos otros? Ellos no han hecho nada.
Uno de ellos vivía en una cueva, como aquel a quien un día llevaron la unción. Los faros del coche –del mismo coche donde estaba mosén Millán- se encendieron, y la descarga sonó casi al mismo tiempo sin que nadie diera órdenes ni se escuchara voz alguna. Los otros dos campesinos cayeron, pero Paco, cubierto de sangre, corrió hacia el coche.
-Mosén Millán, usted me conoce -gritaba enloquecido.
Quiso entrar, no podía. Todo lo manchaba de sangre. Mosén Millán callaba, con los ojos cerrados y rezando. El centurión puso su revólver detrás de la oreja de Paco, y alguien dijo alarmado:
-No. ¡Ahí no!
Se llevaron a Paco arrastrando. Iba repitiendo en voz ronca:
-Pregunten a mosén Millán; él me conoce.
Se oyeron dos o tres tiros más. Luego siguió un silencio en el cual todavía susurraba Paco: «Él me denunció... Mosén Millán, mosén Millán...».
El sacerdote seguía en el coche, con los ojos muy abiertos, oyendo su nombre sin poder rezar. Alguien había vuelto a apagar las luces del coche.
-¿Ya? -preguntó el centurión.

LA DIMENSIÓN MÍTICA: PACO, HÉROE Y VÍCTIMA. SIMBOLISMO DEL POTRO

Mosén Millán bajó y, auxiliado por el monaguillo, dio la extremaunción a los tres. Después un hombre le dio el reloj de Paco -regalo de boda de su mujer- y un pañuelo de bolsillo.
Regresaron al pueblo. A través de la ventanilla, mosén Millán miraba al cielo y, recordando la noche en que con el mismo Paco fue a dar la unción a las cuevas, envolvía el reloj en’ el pañuelo, y lo conservaba cuidadosamente con las dos manos juntas. Seguía sin poder rezar. Pasaron junto al carasol desierto. Las grandes rocas desnudas parecían juntar las cabezas y hablar. Pensando mosén Millán en los campesinos muertos, en las pobres mujeres del carasol, sentía una especie de desdén involuntario, que al mismo tiempo le hacía avergonzarse y sentirse culpable.
Cuando llegó a la abadía, mosén Millán estuvo dos semanas sin salir sino para la misa. El pueblo entero estaba callado y sombrío, como una inmensa tumba. La Jerónima había vuelto a salir, e iba al carasol, ella sola, hablando para sí. En el carasol daba voces cuando creía que no podían oírla, y otras veces callaba y se ponía a contar en las rocas las huellas de las balas.
Un año había pasado desde todo aquello, y parecía un siglo. La muerte de Paco estaba tan fresca, que mosén Millán creía tener todavía manchas de sangre en sus vestidos. Abrió los ojos y preguntó al monaguillo:
-¿Dices que ya se ha marchado el potro?
-Sí, señor.
Y recitaba en su memoria, apoyándose en un pie y luego en el otro:
En un cajón del armario de la sacristía estaba el reloj y el pañuelo de Paco. No se había atrevido mosén Millán todavía a llevarlo a los padres y a la viuda del muerto.
Salió al presbiterio y comenzó la misa. En la iglesia no había nadie, con la excepción de don Valeriano, don Gumersindo y el señor Cástulo. Mientras recitaba mosén Millán, introibo ad altare Dei, pensaba en Paco, y se decía: «Es verdad. Yo lo bauticé, yo le di la unción. Al menos -Dios lo perdone- nació, vivió y murió dentro de los ámbitos de la Santa Madre Iglesia». Creía oír su nombre en los labios del agonizante caído en tierra: «... Mosén Millán». Y pensaba aterrado y enternecido al mismo tiempo: «Ahora yo digo en sufragio de su alma esta misa de réquiem, que sus enemigos quieren pagar».


FIN