viernes, 8 de marzo de 2019

COMENTARIO FERNANDO SAVATER Y RÉQUIEM POR UN CAMPESINO ESPAÑOL

TEXTO 1

El aprendizaje siempre tiene –al menos en sus inicios- un componente de coacción: casi todos nos hemos educado a regañadientes. Es raro el caso del niño que renuncia voluntariamente a sus juegos o del adolescente que prescinde con gusto de sus diversiones para llegar a saber gramática o geografía. No es el profesor quien aburre, ni siquiera la materia misma, sino el hecho mismo de tener que concentrarse para aprender. Saber es una forma de felicidad y de liberación, pero llegar a saber exige trabajos forzados. Quien conoce la importancia del conocimiento y los beneficios que aporta –el adulto, el maestro, los padres – no tiene más remedio que contrariar temporalmente el capricho momentáneo de sus alumnos, que ignoran la magnitud e importancia de lo que están recibiendo, a veces con pocas ganas. Que yo sepa, sólo Tarzán aprendió a leer por sí mismo, pero ya mayorcito y no sin pasar por una larga calvario de autodisciplina… en una novela. Antes o después todos los enseñantes son vistos por sus discípulos como aguafiestas de su joven vida. Nunca he entendido bien eso de que “hay chicos y chicas a los que no les gusta estudiar”. A nadie le gusta estudiar sino a los masoquistas, que no suelen abundar por debajo de los dieciséis años. Pero enterarnos poco a poco de que en muchas ocasiones lo que necesitamos deba prevalecer sobre lo que nos guata es parte, y nada menos, de la maduración personal. Y de la educación en el más amplio sentido de la palabra. Desde luego, hay maestros que tienen una habilidad especial –un arte, digamos- para conseguir aplicación de sus educandos, sin hacérsela gravosa ni demasiado ordenancista: felices ellos. Pero en cualquier caso esa aplicación es imprescindible en la dialéctica entre enseñantes aprendizaje, y resulta evidente que a veces se rehúsa, y hasta se convierte en hostilidad y agresividad contra quien la exige para poder cumplir con su función. Si el maestro no puede mandar o si sus órdenes razonables son sistemáticamente desatendidas o burladas, la educación se hace imposible; aún peor, se convierte en un fatigoso deporte de riesgo para quien pretende ejercerla. 

Fernando Savater Diario La verdad de Murcia 

 1 - Tema y estructura (1 p.)
 2 - Actitud e intencionalidad. Justificar con procedimientos lingüísticos relativos a las funciones del lenguaje dominantes (2 p.)
3 - Valoración personal del tema y de la forma de expresar sus ideas del autor y de la solidez de sus argumentos. (1 p.)
4 - Significado conceptual y contextual de las expresiones resaltadas. Bien con tres sinónimos, bien con una definición precisa que parta de la categoría gramatical (1,5 p.)
5 - Mecanismos de cohesión léxico semántica de las 10 primeras líneas. (1,5)

 TEXTO 2 

Desde la sacristía, mosén Millán recordaba la horrible confusión de aquellos días, y se sentía atribulado y confuso. Disparos por la noche, sangre, malas pasiones, habladurías, procacidades de aquella gente forastera, que, sin embargo, parecía educada. Y don Valeriano se lamentaba de lo que sucedía y al mismo tiempo empujaba a los señoritos de la ciudad a matar más gente. Pensaba el cura en Paco. Su padre estaba en aquellos días en casa. Cástulo Pérez lo había garantizado diciendo que era trigo limpio. Los otros ricos no se atrevían a hacer nada contra él esperando echarle mano al hijo. Nadie más que el padre de Paco sabía dónde su hijo estaba. Mosén Millán fue a su casa. ─ Lo que está sucediendo en el pueblo ─dijo─ es horrible y no tiene nombre. El padre de Paco lo escuchaba sin responder, un poco pálido. El cura siguió hablando. Vio ir y venir a la joven esposa como una sombra, sin reír ni llorar. Nadie lloraba y nadie reía en el pueblo. Mosén Millán pensaba que sin risa y sin llanto la vida podía ser horrible como una pesadilla. Por uno de esos movimientos en los que la amistad tiene a veces necesidad de mostrarse meritoria, mosén Millán dio la impresión de que sabía dónde estaba escondido Paco. Dando a entender que lo sabía, el padre y la esposa tenían que agradecerle su silencio. No dijo el cura concretamente que lo supiera, pero lo dejó entender. La ironía de la vida quiso que el padre de Paco cayera en aquella trampa. Miró al cura pensando precisamente lo que mosén Millán quería que pensara: «Si lo sabe, y no ha ido con el soplo, es un hombre honrado y enterizo». Esta reflexión le hizo sentirse mejor. 

RAMÓN J. SENDER, Réquiem por un campesino español 

 5. Personajes de la obra que aparecen en el fragmento, comentando su caracterización en el fragmento. (1,5 puntos)
 6. Temas de la obra, con especial atención a los que aparecen en el fragmento [1,5 puntos].


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